La infraestructura es la columna vertebral de cualquier nación que busca prosperidad duradera. A través de inversiones estratégicas, es posible fortalecer la resiliencia nacional ante riesgos y propiciar un crecimiento sostenido.
La infraestructura no solo conecta territorios; actúa como motor para el crecimiento económico y mejora la competitividad en todos los sectores. Cuando se diseñan proyectos con visión de largo plazo y territorial, se genera un impacto que trasciende generaciones.
Un ejemplo de esto es el Plan Nacional de Infraestructura Sostenible para la Competitividad (PNISC) 2025-2030 en Perú, que apuesta por integrar carreteras, puertos y redes de suministro hídrico para lograr un desarrollo equitativo.
Según la Global Infrastructure Investor Association, el mundo requiere invertir aproximadamente 3,3 billones de dólares al año para cerrar la brecha actual. Sin esta inversión, la capacidad productiva mundial se estanca y los riesgos climáticos incrementan su impacto negativo.
Por cada dólar invertido en infraestructura resiliente en países de ingreso bajo y medio, se estima un retorno de 4 dólares en beneficios netos. En cifras, esto significa un beneficio global de 4.200 billones de dólares, cifra que resalta la urgencia de movilizar capital.
Las restricciones presupuestarias de los Estados han impulsado las Asociaciones Público-Privadas (APP) como mecanismos clave. Estos modelos combinan recursos públicos y privados, aportando eficiencia, innovación y gestión especializada en proyectos de largo plazo.
El sector privado no solo complementa el capital público, sino que introduce mejores prácticas de operación y mantenimiento, estándares internacionales de calidad y una disciplina financiera que mejora la ejecución.
Los sectores con mayor proyección de crecimiento incluyen la descarbonización, la digitalización y la infraestructura orientada a la población envejecida.
Mientras Europa mantiene atractivos proyectos de transporte verde, las economías emergentes destacan por necesidades urgentes de movilidad y adaptabilidad climática.
En la última década, las inversiones en mercados privados de infraestructura han logrado una rentabilidad media del 10% anual, superando con creces el 6,5% de las infraestructuras cotizadas.
Además, estos activos actúan como escudo contra la inflación y la volatilidad de los mercados tradicionales, ya que sus ingresos suelen ajustarse por índices de precios o contratos de tarifa fija.
México y Perú ilustran cómo proyectos bien diseñados pueden transformar economías regionales:
El Tren Maya recibirá 40 mil millones de pesos en 2025, y el Tren México-Querétaro contará con 30 mil millones, demostrando la prioridad en movilidad sostenible.
Invertir en infraestructura sostenible y resiliente conlleva beneficios más allá de lo económico. Mejora la calidad de vida, promueve la integración territorial y reduce los costos futuros de desastres naturales.
La prioridad en energías limpias y materiales de bajo impacto ambiental fortalece la competitividad y genera confianza en inversionistas responsables.
A pesar de las oportunidades, existen desafíos clave:
Organismos multilaterales recomiendan desarrollar criterios claros de salida y evaluación de riesgos, así como articular financiamiento internacional con fondos locales para diversificar fuentes de capital.
Invertir en infraestructura ya no es una opción, es una urgencia estratégica. Con proyectos sólidos a largo plazo, los países pueden asegurar un futuro próspero, equitativo y resiliente.
La colaboración público-privada, un enfoque sostenible y una gobernanza efectiva son los pilares que permitirán cerrar la brecha global de inversión y construir las bases para el desarrollo de las próximas décadas.
Referencias